ESCENAS
I
LEONIDAS
No le recibieron, le dijeron que era un buen muchacho pero necesitaban alguien experimentado. Como experimentar sin oportunidades, pensó, quiso hablar mas sintió que su voz se diluía entre las cortinas y el ambientador. Gracias, alcanzó a decir mientras el señor de corbata y zapatos brillosos lo acompañaba hasta la puerta.
Leyó el último anuncio, resolvió no ir, bastaban y sobraban los desplantes por hoy. Se encaminó, transido de agotamiento llegó a un parque, sintió sus pies punzantes y afiebrados. Ocupó una banqueta, estiró las piernas, respiró calma. Mañana dura, se dijo, como todas. Le acometió la angustia, la desazón.
- ¿Qué tal el día? -interrogó sin previo aviso un jovenzuelo de piel cansada y mochila abultada, roja.
- Mañana dura -respondió- como todas -mientras observaba la sonrisa amarillenta y su mirada, esa mirada, por decir, optimista.
Charlaron, el jovenzuelo le aconsejo buscar en el parque Salazar.
- Necesitan promotores… reciben a cualquiera -sentenció- sino encuentras en otro sitio te quedas allí, pues.
- Si… -respondió confuso y le propuso, muy espontáneo, que fuera al lugar de donde el acaba de salir. Quizá una vez rechazado entienda que no se puede ir por ahí dando consejitos a todo el mundo, pensó, al tiempo que imaginaba la escena, ¿será maldad?, se preguntó, se sintió malo. Malo.
A pesar de su desánimo se enrumbó hacia el Salazar, ubicó el lugar, ofreció sus servicios. Le comunicaron, por medio de una dama joven, esbelta y de cabellos azabaches largos, que los cupos estaban cubiertos, que lo sentían, que el próximo mes tal vez… Agradeció, casi mecánicamente retornó al lugar de descanso. Esperó.
Sintiose estúpidamente avergonzado al verse esperando a alguien sin ton ni son. Cansado de esperar en el parque hubo ido a buscarlo a la misma oficina donde momentos antes fuera despachado. Tenía esa certeza ilógica de que se toparía con él, lo veía afligido, aun rencoroso. No tendría porque, supuso, a mi también me fue mal. En su vientre se insinuaban murmullos y un vacío se acendraba.
Es obvio que se fue antes que yo volviera, consolose. Decidió marcharse. Quiso entender que no siempre acontece lo que debe acontecer. No pudo, siguió esperando. Llegó a creer que podrían continuar la búsqueda juntos, mañana, claro, por hoy era suficiente. Se lo haría saber, ¿qué diría? Decidió marcharse, esta vez no se detuvo. Sólo quería verlo, ver su rostro, aunque no sabía bien porque.
Reconoció la voz, no quiso voltear pero lo hizo. Jovial, refulgente, dicharachero se le acercó el jovenzuelo.
- ¡Gracias hermano, me aceptaron! -alardeaba- ya tengo chamba.
Luego de un silencio mal disimulado preguntó:
- ¿Dominas bien la mecánica?
- No, pero le dije que podía aprender, que me dieran la oportunidad, ¿y tú, cómo te fue?
Se despidió sin responder, a paso presuroso, en su cabeza zumbaban las alegres expresiones del jovenzuelo, oportunidad, experiencia, repetía en su interior; escuchó el grito, no quiso responder pero lo hizo.
- ¿Cómo te llamas?
- Leonidas...
Eliseo Bustincio Ari (Arequipa, 1980) Escritor y promotor cultural. Licenciado en Literatura y Lingüística por la UNSA. Obtuvo el primer premio en cuento en los Juegos Florales organizados por su casa de estudios el 2007.
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