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EN QUÉ BORDE DEL CIELO SE HAN COLGADO LAS QUIMERAS


Apelar a la escritura para descubrir las grietas que se van formando en nuestra cansada piel. Disponer de las palabras, como una suerte de conjuro, contra la inmortalidad del alma. Hacer de la poesía un oscuro faro que nos conduzca al sabio naufragio de la lucidez. Todo es nombrado y nada escapa a la retórica del daño y la imposibilidad. Digo retórica porque no hay discurso que no lo sea y el de Javier María Olórtegui se esfuerza en ser genuino y vaya que lo logra (Paul A. Valenzuela Trujillo).

ÁNIMA

BUSCO
mientras se aproxima la hora del misterio
la forma de tu rostro
la estructura de tu voz

no estás
solo un silencio desconocido envuelve mi cabeza

ignoro la dimensión de tu palabra
tu extraña geografía en el espacio

sombra que se refleja en la sed
en el torrente que acompaña al camino

no tengo más
descansa mi cuerpo
con los ojos vacíos

agujeros estériles de la nada

después de todo
el tiempo fue aquel
al que un día desesperadamente
y con invisibles manos
hundí en el aire

RETRATO

QUÉDATE ahí
torrencial y eterna

vuélvete paloma
densa
magnética
delicada

abre el mundo
debajo de nosotros
para seguir naciendo

y así revelar
en tu fecundidad
el origen
y el infinito

FINAL DE LA NOCHE

TENGO el olor a nada
y las sienes agobiadas
en la horizontal posición del tiempo

varada la rabia
las sombras son jinetes oscuros
que me desgarran

mi tara es mi existencia
[mi mayor peligro]

me sepulta en la cavidad efímera
del universo

[ardo y me inflamo]
no hay consuelo en el negro abismo

más allá de la noche
la lengua es rara flor
que estrangula el pensamiento

observo

FRECUENCIA

EL SOL ROJO de mi pecho se suspende
rechina los dientes    grita como animal

desiste de la carga del tiempo

descansa en los caminos
duerme bajo la tierra
exprime el aliento    oscila y tiembla

su historia es barro que se fragua
bajo el fuego de los siglos
soplo tibio de la tarde que fecunda
el gris vientre de la lluvia

es la brevedad de la tarde
que olvida el cansancio
agitado epicentro del corazón de los torrentes
abatido coral de un seco oleaje
costilla de la nada humana que me abandona

pequeño gesto de los ríos claros
donde no es posible el olvido

HUÉSPED

ANDUVE
hasta gastar los pasos
por la geografía íntima de mi cuerpo

fracasé al no hallarme a mí
ni a nadie

mas he sabido que
una especie de olvido me habita
desde las sienes hasta los pies

confluye con mi furia y mi tristeza

me precipita
como se precipitan los vientos
en los abismos de la noche

no importa
estoy proscrito de mis huesos
mi lengua    mi palabra

y solo me juego la vida
con esta inocencia de saber
que ya no soy más un inocente

(De: El camino está siempre más lejos)

Javier María Olórtegui (Ayacucho, 1981). Tiene publicados los libros de poesía La morfología del tiempo (Cascahuesos, 2012) y El camino está siempre más lejos (Horfandía, 2022). Asimismo, una serie de ficciones breves: Viaje al fin de la nada (Cascahuesos, 2014), Cuando el pasado nos alcance (Rupestre, 2017) y La tierra que nos toca (Horfandía, 2019). El año pasado fue seleccionado para la publicación de Ripunti Para. Antología sobre la narrativa corta de Ayacucho (Amarti, 2022).

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