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UN ÁRBOL TRISTE EN LA MIRADA


La afirmación de una consciencia vital es, quizá, el mayor logro de este primer e intenso poemario. Aprender a reconocernos en nuestras propias carencias y desafectos, cultivar la ironía como síntoma de extrema lucidez frente a lo que somos y vamos construyendo, así como el ejercicio lúdico de nombrar todo aquello que habita en el mundo de afuera y en el asentamiento humano que llevamos por dentro. Con estos insumos, Sara Ser anuncia una voz que irá desastillándose de esa madera (un poco pesada) del canon poético apurimeño, con un coloquialismo que fluye en dirección a los nuevos códigos de la expresión poética actual y desgastando, necesariamente, el discurso trasnochado de aquellos exégetas oficiales de la cultura (Paul A. Valenzuela Trujillo).

Break dance en negro

En las noches más siniestras
La Vida,
esa vida caduca
a la que tanto tememos,
brilla con especial brío
y nos llama a bailar break dance.
Levantar una pierna por sobre la cortina azul del cielo.
Sumergir un brazo hasta lo más profundo de la madre.
Rotar sobre un eje desbalanceado.
Confundir las extremidades
con una reflexión de medianoche
hasta no lograr diferenciar la mano propia de la ajena.
Porque en el preciso momento del baile
no hay un cuerpo ni muchos cuerpos.
Cuando el mundo está de cabeza
cabe un alma en la mano
y otras en los pies.
Porque en el preciso momento del baile,
cuando se baila break dance,
no hay un cuerpo ni muchos cuerpos,
mis extremidades son las tuyas
y la de todos todos
en humana comunión corporal.

Para atisbar un mundo aparentemente estático
basta con estar de cabeza
hasta caer de rodillas
o ver siluetas borrosas desdibujándose al ritmo
de un tierno break dance.

Canción de los dedos

Compañeros:
Levantemos la mano
con la cara descubierta.
Miren que, en cuestión de democracia,
hace diferencia
un dedo de otro dedo.

Charla pétrea

Las piedras quieren hablar.
Tienen las palabras en la boca desde hace más de cien años.
En la casa, hogar sin padre ni gato, el tiempo anduvo pisando yerbas.
¡No quedan más que grietas, nidos de lagartos y arañas!
Grietas con manchas naranja, crujiendo en el sol.

Alguna vez hubo hombres, cuentan.
¿Quién oye?
Los mulos indolentes siguen en curso.
En una loma olvidada de un pequeño pueblo
hay unas piedras que cuentan:

¡ALGUNA VEZ HUBO HOMBRES!

¿Quién oye?
Aunque se desaten las lenguas pétreas
las montañas no tienen oídos ni el río recuerdos.
Los ecos tardan en desaparecer.

Sara Ser

Ser como el maíz o la papa.
Un eucalipto sorbiendo la fuerza de la tierra.
Viento y sangre a la vez.
El único fruto sosteniéndose
de mil tallos diferentes.
Ser el chuño que el frío alimenta
y las películas animadas japonesas
que adornan el ocio
con dolor y manchas.
Ser, en parte, los nexos
con la tierra blanca
y las castas.
El pescador frío en la madrugada.
El texto.
El griego.
Un dios pagano hecho hombre.
Tierra y piedra hechos dios.
Pico y pala rompiendo el aire
con gritos de desamparo.
El baile de los dedos
y el brillo de la casa a las cuatro de la tarde.
Luego regresar.
Ser el patio de las letras
con la sombra de un libro y el regazo de Tania.
El olor a humo de un trago que no se ha de beber.
Querer la vida
y tragarla en un amasijo
sin forma ni sabor.
Ser todo
para acabar
como un interminable vacío que nunca acaba.

(De: Sara Ser)

Miguel H. Tapia Salas (Abancay, Apurímac, 1995). Comunicador social, docente y gestor cultural. Responsable del Festival de Arte y Literatura “Katatay”. Ha publicado el poemario Sara Ser (2019), la muestra de poesía apurimeña contemporánea Apurímac, el dios que canta (2019) y la compilación de poesía del sur peruano Estación Sur (2021).

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