"Poesía que convoca una sana rebelión del espíritu, despertando en la consciencia del lector, un legítimo interés por la épica de los procesos sociales." (Paul Valenzuela Trujillo)
*
Una voz roja y primordial inunda, enfrenta
la sórdida opulencia impuesta en los oxígenos.
Me sé despierto porque mi respiración se enfurece.
*
Atento, el transeúnte
experimenta hambre: salta
hacia una iridiscencia literal, está abierto.
De pie frente a sus muchas imágenes.
Atisba su perfil, aguza
sus dos ojos izquierdos, su derecho.
Descubre, repentino: esos ojos
lo roen, corroen su sinapsis
de entreverados filamentos arteriales,
¡y sumo estallido de polaridad!
Atento ve, piensa, sus ojos.
Sus suaves criaturas de violencia...
Si el ser -sol de paciencia y dignidad-
y las palabras caen vencidas:
Humo
Y el cerebro del mundo atardece
como si toda verdad fuese imposible.
Hallarla entre los siempre amenazantes
cuatro muros de la insana cordura.
ante la ley
Cuando, Verdad, gritas tu astro implacable,
alarido que ciega
incluso al propio sol, nuestra animalidad
deja de hacer pasto del mundo, proclama,
ese estar a oscuras en territorio
marcado por una celebración que te contradice,
ese haber muerto
a pesar del cotidiano respiro o la miga del pan,
y sorprende
el uso difamador de tanto sustantivo injusto,
implicados en juicio de irrisoria violencia,
porque ya hemos errado
por número y honestidad, muchas veces:
La Casa.
*
País, tu acústica vehicular recorre la esfericidad de la tierra.
Una de sus muchas baldosas fluorescentes, eres, mi país.
Enormes maquinarias internas, aquí, bajo mis pasos.
Tu rostro brilla, aceite y acero, y las azules flamas
autógenas; pronunciando antiquísimo zumbido de tijeras
las moscas tasajean los flancos del aire, y el aire acosado
bufa, se aleja ardiendo, a las cavernas rojas
de la respiración humana,
y desguazado por infinita cantidad de autómatas...
Así encendían en celebración sus fogatas de simios orales,
aquellas mínimas, antiguas unidades del arder y el rezo.
País, tú las dispones en un campo sin direcciones,
las recluyes cúbicamente y dibujas esta nave que mira
el colapso
gravitacional de mi viejo planeta
de océanos y nubes:
¡Paz al último de los elefantes, a su heroica resistencia
entre las lavas, y a aquella bandada de todas las especies
que habrá de incendiarse en la plenitud de su vuelo!
País, sólo basta encender una migaja de humo y razonar
la desesperación de los hambrientos para que vengas tú
a ceñir mi cuello con tu sucia mano, y tu hocico doloso
vomite sobre mis ojos tu ficción: cama y blancura
de las que no se puede huir porque ya no existe paredes,
y en tus suelos vuelvas a estar, tú, podredumbre retorcida.
Tú, malviviente.
Luis Ormachea Azpilcueta (Cusco, 1974) Ha publicado Índice, Bóveda, Apología del Absoluto Cotidiano, Tela de Juicio, Palabra de Hombres Reunidos bajo Árbol Extranjero, De Reciedumbre, Sonata Fúnebre para Hijos de los Senderos y Siete Relatos Breves. Los poemas forman parte de la plaqueta titulada Decir otras Palabras, Hacer otras Verdades.
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