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OFICIO DE POETA


"[...] Uno es simplemente un artesano de la palabra, y como tal, trabaja con ella: la destruye, la reconstruye, la inventa, la desvirga, o la descuartiza y la vuelve a cocer dejándola como una hermosa cicatriz sobre el cuerpo que es el poema. [...]". (J. C.)

II

Levanto mi mano
                          mi pecho de esteras y calamina
recalcitro en defensa del agua
de las goteras que se resbalan, cada vez que llueve
                                                                   sobre mi cara...

Mi madre está allá: ¡tiesa!
la lluvia canta muy fuerte
             el lodo se arrastra por mi muerte,
                                                                   inunda el gallinero...
y cabalgan relámpagos a lo lejos

Mi hermano empelleja su pecho con plásticos
                         los leños se bañan y el fogón muere
las pocas patatas y algunas verduras
                                                        duermen
             mejor
servirían para el banquete de mañana
Mi hermanita entume su cuerpecito
                           se arropa con todos los abrigos del aire
y quieta, desde su escaso rincón nos aguaita

Y mientras chorrean cabellos de agua en mi canto
de un culatazo / descargo un rayo...

                                                     relámpagos mueren en la distancia...

UNO

soy un hombre pequeñito
descuajado en la distancia de mi absurdo pensamiento
y como estatua que se afila
                           mi expresión refleja el centro de la piedra
y me astillo contra el viento en mi pecho
donde siento concebirme en cuclillas
(con mi tos) de una especie disfrazado
con su solo movimiento natural: ¡nomitativo!

apenas soy un solo hombre
omnívoro de la palabra
siempre tribual siempre de acá (o acá) -físico digamos (por no decir
total)-

y hago las veces de nombre
mientras los cabellos -y algunas lombrices- me bailan
                                                                                              montados a pelo
                                                     en tiernas virutas de viento
limpiando mi rostro dentado que traje -al final- vestido de días
viendo al humor que se rompe de frente
y puesto de ser ancestral: ¡copulativo!

así: sin parpadear y por mis manos
                                          voy pequeñito y de prisa, siempre ¡total!
                                          siempre detrás de mis (...) pupilas en celo

ASÍ

tengo mi cuarto y mi cuerpo, ¡donde caerme muerto!
y un estómago que me envuelve cada vez que -perforado-
me salgo a caminar bajo las luces del espanto

mi cuarto como ya es costumbre
calienta ese aire que me calienta cuando respiro
y mi cuerpo no es más que una aguja cuando la gente
                                                                               me mira desde lo alto
         des (d) arriba, desde sus hombros de hombre (del que
                                                                                                                     suelen ser)
llevándose hasta la nariz -o entre el índice-
y el difícil dedo (más delgado y elegido)
                                       esta pudrición de ir atroz y caminando...

tengo mi cuarto
-y mis otros zapatos de guerra-
                       que sin contemplar me denuncian
                              cuando me a-paga este aire, pudriendo mi aliento
por esa manera de sobrevenirme encima
de lo tanto que me puedo caber y como quiera
                       sobre mi lengua -y registro de hombres s. n. m.-
diario consumo... en mis venas totales de espanto

(De: Perfil del desencuentro)

José Cordova (Porcón , La Libertad, 1979) Arquitecto, poeta y editor. Dirige las bitácoras virtuales Panóptico literario y La torre de las paradojas. Algunos poemas, cuentos, artículos y reseñas suyas han aparecido en diversos diarios y revistas nacionales e internacionales. Tiene publicadas dos pequeñas antologías: Pre-textos (Editorial UNSA, 2002) y Perfil del desencuentro (Cascahuesos Editores, 2007).

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