Hace aproximadamente un mes partió el maestro Federico Latorre Ormachea. Un hombre sencillo que esbozaba en su sonrisa una sabia retórica de la amistad. Su vida estuvo dedicada íntegramente a la promoción cultural, organizando eventos y publicando libros para alimentar el anémico espíritu de su pueblo. Las personas bendecidas con su afecto y cariño aún nos sentimos afectadas por su perdida, sin embargo, también somos conscientes de la enorme deuda frente a un trabajo que merece el debido respeto y divulgación en nuestra colectividad apurimeña y a nivel nacional. Un claro aporte reivindicativo lo ofrece el poeta Hernán Hurtado Trujillo en la siguiente nota. (C. C. T. L. S.)
Federico Latorre patriarca de las letras apurimeñas
El 7 de octubre del
presente año, el escritor abanquino Federico Latorre Ormachea a los 72 años con
su muerte inesperada, enlutó al pueblo apurimeño, sobre todo a sus amigos, y a
cuanta persona supo ganarse admiración y cariño. Su deceso deja un gran vacío
en la narrativa apurimeña, porque podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que
no existe escritor apurimeño alguno después de Arguedas, Robles Alarcón que
haya consagrado casi toda su vida al rescate y defensa de la cultura andina; parafraseando a Jorge Luis Roncal: Federico Latorre, por su amor intenso e inapelable a la creación literaria de tierra adentro y su
obstinada vocación por revelar el auténtico rostro de la literatura peruana, podemos decir con el escritor Humberto Collado y el Artista César Aguilar que
merece ser reconocido como el Patriarca
de las letras apurimeñas.
Federico Latorre
Ormachea, en 1981 publica su primer libro titulado Narraciones Apurimeñas en una factura artesanal impreso en esténcil
y en papel bulki, con tapa ilustrada por Alejandro Guillermo Vargas y Manuel
Román Trujillo, demostrando su heroico empeño de difundir
cuentos, leyendas y apólogos apurimeños. El poeta Feliciano Mejía escribe en el
prólogo de su libro de segunda edición Narraciones apurimeñas (2005): "Basándose en la realidad sur peruano y el alma nacional, Federico Latorre,
narrador nato y maestro de por vida, ha creado un mapa cultural nuestro a lo
largo de 21 libros publicados y 18 inéditos, para ello transgredió los esquemas
literarios oficiales hegemónicos y centralistas, con un criterio propio y
empeño de visibilizar y reivindicar la cultura y tradición de los pueblos más
lejanos de Apurímac, estructuró y clasificó por provincias el contenido de gran
parte de sus libros, con relatos, mitos
y leyendas ambientados y representativos de cada una de las 7 provincias
apurimeñas".
Federico
Latorre Ormachea, narra en tercera persona
en sus libros iniciales y en sus últimas producciones escribe en primera
persona, involucrándose en las historias narradas, que en algunos casos son
autobiográficas. Como parte de la tradición del indigenismo utiliza un lenguaje
bilingüe castellano-quechua. El narrador se expresa con un lenguaje coloquial,
conciso, castizo y ceremonial; en cambio, sus personajes populares indígenas o
mestizos hablan un castellano quechuizado; su narrativa asume una estrategia
transcultural al apropiarse del castellano y las técnicas narrativas de origen
occidental para contar la vida, los sufrimientos, esperanzas y luchas de
hombres mujeres y niños marginales, que viven en comunidades o pequeñas ciudades
semicampesinas y las grandes urbes del país.
Para que los lectores
forasteros que no conocen el mundo andino y transiten por lugares con nombres
toponímicos quechuas, ignorados y nunca
mencionados; o tropiecen en sus páginas con palabras quechuas; podrán consultar un glosario de estas palabras con sus respectivos significados al pie
de cada relato, de modo que no se sentirán extraños y puedan incorporarse al mundo
relatado. Feliciano Mejía escribe en el prólogo del libro antes mencionado: "La interpolación y yuxtaposición de términos frases y diálogos
en runasimi Chanka, la naturalidad de contar hechos fantásticos y hasta
truculentos, con la impavidez de un Kafka y el cinismo feliz de García Márquez,
pero con el escalpelo y modestia andinos y la ingenuidad irónica de un hombre
de campo surandino; el diorama de animales humanizados y hombres zoomorfizados;
la magia-brujería-chamanismo del campo
serrano; las estampas de burla y engaño gratuitos; las estampas de amores
desesperados y gratuitos, historias de ultratumba con conexión natural y
directa, con caminos de arrieros y puentes simples entre el mundo de allá, de
los muertos equivalentes a los opresores y el mundo de acá de la actualidad de
los oprimidos".
Federico Latorre fue
un escritor prolífico que desarrolló el cuento, la novela, la poesía, el
teatro, el ensayo; realmente toda su producción literaria requiere una investigación exhaustiva y
especializada para aquilatar sus aportes y logros sobre todo de sus obras inéditas que deben
llegar a los lectores como él soñaba y no queden en el olvido; como aún son
inéditas las obras de Manuel Robles Alarcón tal es, la novela Jacinto
Huillca[1].
Podemos acercarnos
al legado de Federico Latorre en tres
aspectos importantes: La investigación, la creación y difusión de la cultura;
como investigador fue un escritor peregrino, que viajaba las comunidades más alejadas haciendo
un trabajo de campo y realizando un registro de
la cultura y literatura oral de dichos pueblos. Sistematizó la poesía
apurimeña en su libro Dios el gran poeta (2006) desde la
poetisa Josefa Francisca de Azaña Yllano (1969) hasta los poetas apurimeños
contemporáneos, poniendo las primeras piedras para escribir la historia de la
poesía apurimeña que falta realizar.
Como creador fue un
escritor transcultural, que tuvo como cantera inagotable la cultura andina y la
cultura occidental que asimiló con un vasto conocimiento, para afirmarse como
escritor andino comprometido con su cultura, con su pueblo y sus luchas; finalmente, como promotor de la
educación y la cultura fue presidente de la Asociación de Artistas de Apurímac,
del Centro Andino de Educación y Artes Populares, Presidente sede Apurímac de
la APLIJ; con entrega desinteresada, organizó ingentes actividades culturales y
académicas, promocionando y alentado a cantantes, danzantes de tijeras y artistas
populares, enseñando a niños y jóvenes la declamación, la oratoria y el teatro,
tal es el caso que montando una obra teatral para homenajear a
su querido colegio Miguel Grau, en plena jornada de trabajo fallece; esto
demuestra que para Federico Latorre la literatura no fue un desahogo o
pasatiempo; sino, un acto ético y una responsabilidad política y lucha por sus
ideales de justicia y fraternidad de los hombres; por eso, la mejor forma de
honrarlo es leyendo sus libros y siguiendo su ejemplo de consecuente e infatigable labrador del futuro de nuestra región y país.
[1] Con
esta novela Manuel Robles en 1974 ganó
el premio Ricardo Palma; ese mismo año obtuvo una Mención Honrosa en el Segundo Concurso Latinoamericano de Novela promovida por la prestigiosa
editora de Nueva York Farrar
Rienhadt.
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